Este es un mensaje para todos los hombres y mujeres a los que puede llegar hoy esta energía. Soy el Maestro Jesús Sananda.
Amado, guía, maestro, compañero de viaje, hermano, padre, hijo… ante vosotros ha nacido en la misericordia de Dios, me ha concedido estar con vosotros a vuestro lado.
Hoy me presento ante vosotros como Elohim de estos tiempos, completando así la jerarquía divina de este nuevo amanecer.
La nueva Tierra está ya despertando, el plan divino se está llevando a cabo.
No os sintáis perdidos. Hay sanación para el planeta.
Yo veo el mañana, y es un mañana próspero, floreciente, donde las almas viven unidas en armonía, donde hay una comunicación directa con las altas esferas celestes, con santuarios por todo el reino de Gaia, que acercan a los hombres a las estrellas, a los seres del cosmos. La vida renace desde el fondo de los océanos hasta las cumbres más altas. La vida renace, el planeta está limpio, limpio de humos, de mentiras, de ruidos, de falsedad. Limpio. Una nueva humanidad renace, más fuerte, más alta, más bella, limpia, sana. Más completa molecularmente, celularmente.
Ante vosotros y con vosotros están los maestros que un día vinieron a la Tierra y nacieron, y llevan una vida tal cual vosotros lleváis. Y hoy nos presentamos de nuevo para mostraros que estamos con vosotros, en este camino, en este salto.
Es un plan perfecto, cuadriculado, estructurado. No hay error, no hay cabo suelto. Dejad atrás el miedo, la tensión. Confiad.
La vida tiene un ciclo natural, igual que el Cosmos. Respetadla.
Entre vosotros ha hablado la maestra Kwan Yin, maestra de la compasión. La energía del maestro Morya ha estado presente en estas palabras, una energía de conciencia, de despertar. Y la energía de amor de gratitud, una energía Paternal, ha estado patente igualmente en estas palabras. Este es mi mensaje de hoy.
Habrá otros desde este canal y desde otros.
Amados, gracias por venir a este momento, a esta energía.
Soy Jesús Sananda, maestro del Nuevo Tiempo, desde el trono divino de Zeus.
Gracias.
Canalizado por Altaïr García