Esta es la naturaleza del odio, al igual que es la naturaleza del amor humano, cambiarnos a semejanza de lo que contemplamos, observamos o percibimos. O, dicho de otra forma, nos convertimos en aquello en lo que ponemos nuestro foco.

Cuando creemos que podemos destruir nuestra imagen rompiendo el espejo solo nos estamos engañando a nosotros mismos.

Cuando a través de la guerra o la revolución destruimos lo que para nosotros representa la arrogancia y la codicia nos convertimos con el tiempo en la encarnación de lo que pensábamos que habíamos destruido.

Así hoy la gente que pensaba que destruían a los tiranos, hoy son ellos mismos los tiranos. Ellos son ahora aquello que pensaban que habían destruido.

La conciencia es la sola y única realidad.

Somos incapaces de ver lo que no sean los contenidos de nuestra propia conciencia.

Por lo tanto el odio nos traiciona a la hora de la victoria y nos condena a hacer lo que nosotros condenamos.

Toda conquista resulta ser un intercambio de características, por lo que los conquistadores se convierten en semejantes al enemigo conquistado.

Odiamos a otros por la oscuridad que está en nosotros mismos.

Razas, naciones y grupos religiosos han vivido durante siglos en íntima hostilidad y esa es la naturaleza del odio, como es la naturaleza del amor, cambiarnos a semejanza de lo que percibimos o contemplamos.

Las naciones actúan hacia otras naciones, como sus propios ciudadanos actúan unos hacia otros.

Cuando la esclavitud existía en un estado y esa nación atacaba a otra era con la intención de esclavizar. Cuando hay una fiera competencia económica entre ciudadano y ciudadano entonces la guerra con otra nación tiene el objeto de destruir el comercio del enemigo. Las guerras de dominación son llevadas a cabo por la voluntad de aquellos que dentro de un estado son dominantes sobre las vidas del resto.

Nosotros irradiamos el mundo que nos rodea por la intensidad de nuestra imaginación y sentimiento.

Aunque en este mundo tridimensional nuestro el tiempo va tan lentamente que no siempre observamos la relación entre el mundo visible y nuestra naturaleza interior.

Tú y yo podemos contemplar un ideal y convertirnos en él al enamorarnos de él.

Por otra parte podemos contemplar algo que sinceramente nos disgusta y por condenarlo nos convertiremos en ello.

Pero debido a la lentitud del tiempo en este mundo tridimensional cuando nos convertimos en lo que contemplamos o percibimos nos hemos olvidado de que antes nos propusimos adorarlo o destruirlo.

Texto original: Neville